Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue. Lucas 1, 26 - 38

El evangelio de la Infancia (Mateo 1-2 y Lucas 1-2) se escribió a partir de narraciones tradicionales de las comunidades cristianas que ya pensaban a Jesús como el Hijo de Dios divino, Dios mismo. Pero, sobre todo, a partir de la cristianización de los paganos helenizados, inmersos en el mundo grecorromano, quienes no podrían comprender las promesas del Mesías anunciadas por los profetas judíos del antiguo testamento y que aspiraban la reposición de Israel como reino triunfante y dominador de todas las naciones de la tierra, reino del que solo participarían el pueblo judío y aquellos que observaran su Ley. Para convertir a los paganos había que convencerles de la divinidad de Jesús con leyendas parecidas a las mejores historias de la mitología griega donde los dioses procreaban hijos humanos con mujeres humanas. Procreación pero sin sexo, para que este nacimiento sea más perfecto y divino que los mitos griegos. 

La crítica literaria ha encontrado en el relato lucano de la anunciación del nacimiento de Jesús un paralelo al relato de la anunciación del nacimiento de Juan el bautista (Lucas 1, 5); a su vez el encuentro del ángel Gabriel con Zacarías, padre de Juan bautista, tiene relación con el encuentro de Gabriel con Daniel (Daniel 8,16) y el relato de la concepción de María tiene relación con el de Ana (1Samuel 1). Podríamos encontrar en estas relaciones el intento de Lucas por conectar el nacimiento de Jesús con el Antiguo Testamento y fortalecer su imagen de Hijo de Dios prometido. Otros estudiosos, como Vincent Taylor, proponen que los versículos 34 y 35 (la pregunta incrédula de María) fueron posteriormente añadidos por Lucas para convertir un relato “no virginal” (que puede leerse cómodamente sin esos versículos) en un relato donde queda ratificada la concepción virginal y divina de Jesús.

El apóstol Pablo en sus cartas, años antes que los evangelios, desconoce por completo la concepción virginal de Jesús. Son muchas las contradicciones entre los evangelios de la infancia de Mateo y el de Lucas, lo que nos hace pensar que recogieron esas tradiciones de fuentes diferentes. ¿Cuándo aparecieron esas tradiciones si Marcos, algunos años antes, no las recoge en su evangelio? ¿Por qué Juan se deshace de ellas algunos años después y no las pone en su evangelio? La mayoría de estudiosos, como J. Meier, descartan la hipótesis de ciertas “tradiciones familiares” recogidas por los primeros discípulos de boca de la propia María. La respuesta es, nuevamente, el entusiasmo de los primeros evangelizadores, influidos ya por la cultura grecorromana, de presentar a Jesús como Hijo de Dios enviado a todas las naciones.

Entiendo, muy personalmente, que el afán evangelizador de los cristianos para con los paganos era realmente honesto, sin premeditar engaño alguno, puesto que creo que ellos estaban totalmente convencidos de la divinidad de Jesús y que era su misión anunciarlo a todas las naciones, sin importar el método, ante la inminente llegada del fin de los tiempos.

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